Los 7 pecados capitales en la fotografía: la envidia

Cada vez soy más maligno. Desde que me metí en el mundillo este de la fotografía no paro de acumular pecados. Además veo que a mi colega Pepinos le pasa lo mismo, esto nos está corrompiendo. A modo de penitencia hemos decidido compartir con vosotros, en una serie de entregas, de qué manera acabamos sucumbiendo a las tentaciones. Hoy os hablaré de la envidia.

Yo la envidia ya la traía de serie antes de empezar a fotografiar. Muchos acabamos en la fotografía porque se nos da fatal dibujar y no servimos ni para pintores de brocha gorda. Yo me estuve informando en su momento y averigüé que muchos profesores de fotografía de escuelas públicas tenían la misma carencia, ni idea de cultura visual, pero si habían acabado de funcionarios segando la carrera artística de sus alumnos es que se puede llegar lejos. Elijamos la fotografía, me dije.

Al principio me lo tomé como un  aficionadillo más, sin pretensiones. El problema es que incluso a ese nivel ya empiezan las rivalidades. Primero le tomé pelusa a algunos amiguetes míos que eran mucho más pudientes y que disponían de un variopinto arsenal de objetivos, cámaras y accesorios. Y ahí estaba yo, con mi réflex digital de 600€ y el prestigioso 18-55mm.

Esto es lo que se llevaba un amiguete mío en nuestras quedadas

Esto es lo que se llevaba un amiguete mío en nuestras quedadas

Menos mal que pronto me dijeron que había otras formas de inflar tu ego sin necesidad de hacer inversiones sustanciales. Me hablaron de foros y portales de fotografía en los que no existía el rencor y todo el mundo era muy adulador. Parecía el paraíso, porque todo el mundo sabe que lo que un principiante necesita cuando está empezando es que todo el mundo le diga que es muy bueno y que ya es un artista. Me lancé de cabeza.

Pronto me di cuenta de que por esos lares el inconveniente era otro. ¿Cómo podía ser que hubiera gente que se hinchara a conseguir alabanzas y favoritos con la enésima foto del dichoso Río Tinto? En un afán desmesurado por conseguir «likes» en mis fotos acabé alterando seriamente mis biorritmos al pasar noches enteras dándole al «me gusta» en todas las fotos habidas y por haber. Aquello produjo resultados al principio, pero cuando mis fuerzas comenzaron a flaquear también lo hicieron mis aduladores. Quizá fruto del cansancio acumulado, la emprendí a lo Risto Mejide, a saco con las fotos que me parecían un asco. Ya no me sentía con fuerzas para seguir mintiendo al decir que las fotos de las calas me parecían «¡Preciosas!».  Y claro, aquello fue el fin. Las reglas son las reglas, no se rompen. Un aficionado no está ahí para aprender a base de críticas.

Afortunadamente, yo llevaba ya algún tiempo dándole vueltas a la posibilidad de volverme un modernete, un fotógrafo contemporáneo de traca. El acicate definitivo fue cuando comprobé quién había ganado un año el Premio de Pilar Citroën. Al ver la foto me dije «¡Esa foto también la hago yo, no te fastidia!». Mira que me reventaba que los fotógrafos se llevaran premios a los que no me presentaba. Qué animosidad, qué rencor me producía ver cómo alguien se llevaba 15.000$€ con una foto que yo también podría haber hecho si me pusiera. Y todos esos fotógrafos contemporáneos que no paran de aparecer en los medios con esa labia incomprensible y fotos mal encuadradas. Eso era un filón, éxito sin técnica, como decían mis colegas del foro.

Foto de Jorge Yeregui. Ganador del Premio Pilar Citroler 2011.

Además, el mundo de los fotógrafos en general suele ser muy solitario. Sin embargo estos modernos suelen conformar sus clanes, sus sectas, y si encontraba la forma de entrar en alguna todo sería mucho más fácil. Pero ahí estuvo la perdición definitiva. Una vez dentro no pude soportar que algunos de ellos triunfaran en los visionados, en las becas, los premios, fotolibros, etc. Yo no me presentaba a casi nada, ni le dedicaba mucho tiempo a las fotos, me gustaba más lo de los actos sociales que otra cosa. Pero aún así, los premios me los tenía que haber llevado yo, que cualquiera que entre a mi Web sabe que mis fotos lo petan más.

Y encima algunos de ellos conocen a los fotógrafos famosos y yo no. Son sus amigos de Facebook y a mí no paran de salirme ahí en la lista de «Personas que quizás conozcas» como diciendo «Tú los conoces, pero ellos a ti no, chato». Los saludan por la calle mientras que yo tengo que quedarme al lado con cara de tonto. Ahora, que me cobro mi venganza cuando mis colegas de secta me enseñan sus trabajos y me piden mi opinión. Yo podría hacer aportaciones valiosas que les ayudarían a mejorar, pero no lo hago. Me las reservo para que no ganen el próximo premio de turno. Eso sí, me quedo con sus ideas con el fin de incorporarlas a mí trabajo, tonto no soy.

Podría haberle aconsejado que la repitiera con un polarizador para quitar el reflejo, pero no lo hice. (Foto de David Salcedo)

Estoy llegando a un punto en el que me planteo abandonar la fotografía. No soporto más que nadie aprecie la valía de mi obra. Es completamente imposible que todos ellos lleven razón. Panda de envidiosos. Al final conseguirán que no enseñen mis fotos a nadie y la humanidad saldrá perdiendo.

 

  1. jejeje, muy bueno!, lo único que hacer es salir y hacer fotos =)

  2. Ray

    Muy buena tus anécdotas, gracias por compartir….

  3. Eva

    madre mia que hallazgo!!! soy seguidora tuya desde ya!

  4. conchi

    Que bueno eres nacho canon, sumas seguidora!

  5. Xavi

    Hace muuuchos años alla por el pleistoceno, lei un articulo, que se titulaba “Tu me citas, yo te cito” hacia referencia a las publicaciones cientificas, donde es habitual citar trabajos de otros investigadores, y que se quejaba de que habia autores que parecia que solo citaban a quien les hubiera citado y así, o sea que esto no es patrimonio de tal o cual disciplina, si no de lo gilipollas que somos los humanos en general.
    Dicho esto, la fotografia de Jorge Yeregui, me parece una mierda pinchada en un palo, uy perdon.

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