Falta cultura visual. Es un mantra que los fotógrafos contemporáneos machacan sin cesar cuando ven una y otra vez cómo sus proyectos personales no tienen repercusión entre el público general. Cuentan que una vez hubo un tipo que no era fotógrafo y se llevó un fotolibro a casa, pero no hay testigos de que dicha barbaridad sucediera realmente.
Las películas no las compran necesariamente personas del mundo del cine, la música no la consumen principalmente los músicos, los videojuegos no son sólo un divertimento de programadores informáticos o diseñadores, los libros no los lee nadie, pero comprarlos no los compran sólo los escritores. Sin embargo, las obras fotográficas, sean libros o copias, son muy mayoritariamente un producto consumido por fotógrafos, incluso por canonistas.
Veamos algunas excepciones a esta regla anterior. En primer lugar, las exposiciones fotográficas, como las que ahora se pueden visitar en el marco de PHE 2016. ¿Acude gente? Sí. ¿Cuesta dinero entrar? En la mayoría no. ¿Se está fresquito dentro? Sí. ¿Hay cierta paz y sosiego en su interior? Mucha. ¿Compra mucha gente el catálogo o el libro asociado a la exposición? Ni Dios, pero pasan la tarde mientras pasan de las fotos.
En segundo lugar, las fotos de Ikea. Sí, la de la cebra, el puente de Brooklyn, el puente de cuerdas de poco fiar, etc. ¿Se venden? Sí. ¿Mucho? A cascoporro ¿Parece que a la gente le importe que haya muchas personas con la misma foto en el salón? Lo mismo que les preocupa que haya muchas habitaciones con estanterías Billy o lámparas de globos de papel. ¿Cuestan mucho? 100€ como máximo, pero suelen ser más baratas.
El desaturado selectivo es una apuesta segura, aunque incomprensiblemente está muy denostado en la fotografía de autor. (Foto de Ikea)
En tercer lugar, las revistas del corazón, las cuales copan los primeros puestos de las más vendidas. Estaremos de acuerdo en que sus lectores no van buscando ensayos intelectuales en su interior, ni siquiera los que compran el Interviú, las pillan por las fotos. Más bien podríamos decir que les interesa saber si esta tiene más kilitos este verano, si a este se le ha visto con aquella, si van a salir descalzos mientras enseñan la casa. ¿Se venden? ¡Ya ves! ¿Son un producto eminentemente fotográfico? Creo que no hay duda ¿Son cultura? Las que incluyen recetas de cocina igual sí. ¿Cuánto cuestan? No sé, en la peluquería son gratuitas.
Y entonces otras preguntas salen solas. ¿Por qué no hay fotolibros en las salas de espera de las consultas de los dentistas? Por ejemplo un acuerdo de Phree con Vitaldent podría hacer de oro a Valbuena. ¿Por qué no hay un contrato entre Conforama y Ca l’Isidret para hacer pósteres con algunas imágenes de Plademunt? ¿Por qué no han salido las fotos del Rey Felipe VI de Julián Barón en el «¡Hola!»? Algo está haciendo mal esta generación del boom fotográfico nacional, no pueden o no quieren sacar provecho a su potencial.

Encontrarte esto en el Norauto mientras esperas… (Foto de Gabriela Cendoya)
Porque, ¿realmente quieren llegar al gran público? Imagínate, intentar llegar a muchas más personas supondría un auténtico desbarajuste en las reglas que articulan la Real Sociedad Endogámica Fotográfica. Es jodido salir de esa zona de confort porque, no te engañes, por muy rompedor que parezca un trabajo siempre saldrá a la luz cuando el autor se haya garantizado que la tribu lo va a recibir con buenos ojos. Es decir, llegará al mundo sabiendo que gustará entre los fotógrafos, al menos entre los que parten el bacalao, por eso con una tirada de 100 ejemplares vas que andas.
Imaginemos, sin embargo, lo que supondría modificar el lenguaje fotográfico pretendidamente opaco de la mayoría de las publicaciones. En la comunicación entre emisor y receptor debe haber un código compartido para expresar el mensaje, y ahora mismo seguir siendo críptico, manejar las fototópicas con las que siempre quedarás bien entre los tuyos, es garantía de éxito entre la comunidad. Ir un paso más allá, ser algo más evidente, más cercano a lo que puede esperar el público general es una temeridad: puedes quedarte sin vender libros entre el populacho y además los tuyos te pueden tachar de comercial. No, no, mejor sigue con tus flashazos a arbustos y sin poner texto en el libro.
Otra de las situaciones que da repelús con solo pensarlo es exponer tu punto de vista a personas que no sean tus amigos. No hablo ya de la forma, sino del fondo del trabajo. Te puede pasar lo que a Sergio Aritméndiz cuando le publicaron en Yoko Ono una reseña de su fotolibro en plena campaña de croisanding, que le cayó de todo. Total, para unos cuantos amigos que iban a comprar el libro qué necesidad había de exponerse a los haters.
¿Y qué sería de los editores sin la falta de cultura visual del populacho? ¿A quién echarían la culpa de que no se vendan sus publicaciones si la gente fuera más culta? Ahora mismo siempre queda el consuelo de ser un incomprendido, que es mejor que no haber tenido éxito comercial o reconocer que emprendiste proyectos que eran económicamente inviables desde el comienzo.
Quizá detrás de todo esto esté precisamente la economía. El pueblo está por el gratis total y no van a soltar un euro por las fotos, exceptuando a los coleccionistas, pero esos no son pueblo llano, esos levitan. De hecho se podría generar una moneda alternativa de uso exclusivo entre los fotógrafos contemporáneos puesto que es un círculo cerrado de movimiento de capitales, una comunidad económica independiente. El colmo del mundo hipster, decir que el último fotolibro te ha costado 5 steidls.
En fin, a mí que todo esto me recuerda a ciertas dinastías monárquicas, que de tanta endogamia y tanto acto incestuoso ha ido dando lugar, con el paso de los años, a individuos más defectuosos. Quizá es que el pueblo es más de la república independiente de las fotos, vaya usted a saber.
El fotolibro generalmente aporta una experiencia muy limitada en el espectador, ninguno de nosotros pagaríamos 10€ en ir al cine para ver un corto de 10 minutos y mucho menos si el mensaje que te quiere transmitir esa película se oculta tras una maraña de metáforas personales que solo el autor entiende y disfruta. No hay más que ir a ver la exposición de fotolibros en PHotoEspaña donde cualquiera puede clasificar por grupos esos libros por corrientes visuales, de diseño, de formatos que están de moda… Productos que funcionan como ejercicios pero no como objetos de consumo cultural para un público amplio. Joder! … Parezco un crítico de arte cuando escribo un comentario, me lo tengo que mirar.
Casi has clavado mi modo de pensar; porque a cualquiera que domine el medio visual (me voy a poner en el mejor de los casos, entendiendo que lo realiza un profesional) le de por contarnos alguna historia, ya sea triste, alegre o paranoica con sus imágenes, no tiene por qué ser de interés general. Tampoco tiene por qué estar bien contada y me temo, que es de los que cuentan las historias de modo extraño, de los que hablamos. Yo puedo tener muy buena caligrafía y no conseguir escribir frases interesantes. Lo mismo al revés.
Creo que se olvida siempre una premisa muy importante, la fotografía tiene que emocionar por sí misma. Si además forma un conjunto, o parte de una obra, que nos cuenta una historia mayor, pues bravo.
Que una foto de un zapato roto o una captura trepidada de un perro le emocione al autor, no le confiere valor por más que el autor explique que eran los zapatos reventados de su abuelo en la mina y el los limpiaba de niño con la gran carga emotiva que tiene para él… ni que el perro fuese su mejor amigo durante años y dienta su pérdida; es una foto de un zapato y una foto trepidada… y no hay más, por más que algún crítico vislumbre su emoción.
Como comentabas, en el cine no hay esa discusión, nadie ve esos cortos extraños.
Si compro un libro de fotografías quiero emocionarme con cada una de sus fotografías; sí, con cada una… y por favor, no me hagan leer, mucho menos pensar y por supuesto nada de tener que adivinar. Hay para ello libros, revistas, periódicos…
Por favor, ¿serias tan amable de publicar el 31 de junio las preclaras reglas de la Sociedad Endogámica Fotográfica?
Me ha parecido muy ocurrente y de gran acierto el atributo de «circuito cerrado de capitales», referido al arte contemporáneo.
En cuanto al trabajo fotográfico de Sergio Aritméndiz, sobre la historia del colonialismo me parece, lo que he visto, carente de interés fotográfico, sustentado en un discurso ya muy manido y que tampoco se sostiene.
Hice colaboraciones para el blog de un famoso colectivo fotográfico. Me prestaban fotolibros y yo les escribía un texto. Lo hacía habitualmente al azar en la biblioteca del MNCARS. Así pasaba muchas mañanas en aquella isla de confort. Narrar los que otros ven es muy adictivo. En un momento dado me empezaron a entregar fotolibros de la nueva camada endogámica y descubrí que ellos nunca tenían palabras de su propia obra. En las presentaciones no aportaban más pistas que las del diseño e imprenta. Se borraban en su propia presentación. Pienso, como en la literatura, que no se debe dar mascada la obra en beneficio de la corrección del intelecto. Son más importantes los lectores porque asumen el riesgo de descifrarlo a su manera individual. Ellos son los verdaderos creadores ene este sentido. Los artistas deben mantener su propia paja mental, en eso se ha de ser muy coherente. Pero me temo que hay un consenso de ósmosis en la era virtual que como soy ya viejo tal vez se me escapa. El hecho es que sudaba tinta para destripar cada uno de los encargos. Más de una vez quise devolverlos. Al fin y al cabo los textos fueron proscritos en este contexto en beneficio del lenguaje visual del que trata este artículo. Es más universal pero no se puede imponer la libertad de mirar que es más amplia que la de decir. De hecho casi nadie leyó lo que publiqué durante un año y jamás hubo un comentario. Por supuesto, al final renuncié. A menudo quien me convenció me decía: ¿cómo puedes sacar tanto de donde apenas hay? No por las fotos, desde luego, sino por todo lo que leí, observé y escuché. La vida no se puede reducir a un clic y menos a un tuit. Me temo que en este punto actual de deterioro de códigos es más de lo que puede aspirar la próxima generación.
Este post no gustará mucho a los de BlankPaper 😉
A muchos (me consta) no nos gusta (me incluyo) lo que muestra Blank Paper… «Tamos empataos».
Muy buenas ideas que dan para un debate en serio. Por cierto, mi madre decía «va que chuta» en lugar del «va que andas» que has escrito tú.
«son muy mayoritariamente un producto consumido por fotógrafos, incluso por canonistas» me encanta la delicada ironía con la que siempre escribes los artículos, fino fino.
Y estoy de acuerdo, la fotografía dentro del circuito del fotógrafo es una profana y fuera de los cuadros del Ikea se valora poco… habría que buscar formas menos capitalistas y más logísticas de llegar a la gente si realmente quieres que el «pueblo» adquiera cultura visual.
Comentario anterior:
«habría que buscar formas menos capitalistas y más logísticas de llegar a la gente si realmente quieres que el “pueblo” adquiera cultura visual».
Rosa Olivares habría respondido: «Por lo que leo aquí, hace falta algo más que cultura visual…» y razón no le faltaría.
Vuestro:
«¿Y qué sería de los editores sin la falta de cultura visual del populacho? ¿A quién echarían la culpa de que no se vendan sus publicaciones si la gente fuera más culta?»
Me pregunto: ¿Qué sería de Cienojetes sin ‘el populacho’? ¿A quién echarían la culpa de que no se vean sus publicaciones online si la gente fuera más culta? ¿Qué sería de BP, NP, Pe sin ‘el populacho’? ¿A quién echarían la culpa si la gente fuera más culta?
El infinito paradójicamente se representa con un circuito cerrado.
Por cierto, en política y sobre todo con la propaganda; ‘el pueblo’ ha sido reemplazado por ‘ciudadanos y ciudadanas’. Cosas de la comunicación.
¿El pueblo?
Al «pueblo» le presentas una foto de estudio, algo sencillo pero contundente como un bodegón clásico, por ejemplo, y si son familia como mucho te dirá alguna cuñada «¡Qué bonito!, parece una pintura», y buenas noches. Da igual que hayas empleado un montón de horas en su preparación.
Hay tres grupos principales de fotografía que le interesan al «pueblo», a saber: los «selfies», las del último viaje con la Maruja correspondiente delante de la torre Eiffel o similar, o las que se ven tetas. Luego están los subgrupos: la paellita del domingo, la de la mascota, la de los nietos …
Ves y preséntale al «pueblo» algún trabajo que les haga pensar y verás lo que te dicen ….
Imagínate lo que me tengo que oír yo que me gusta fotografiar ruinas, casas abandonadas, cementerios, fábricas cerradas …
Yo creo que hay un poquito de todo… y sobre todo demasiado interés por encontrar el filón perdido.. ese que nos convenza a nosotros mismos de que somos muy buenos como segunda prioridad y como primera y absolutamente dominante, el que lo piensen los demás.
Ni estamos en los 50 ni en los 60, 70 ni en los 80, el negocio de la fotografía se ha ido al carajo… y si ya en los Olimpo mercantil quedan cuatro que tocan a cuatro duros y están apretujados en una materia que va en caída libre… pues imagina el panorama como pinta.
Aquí si lo que quieres es compartir, aprender, mostrar y disfrutar… todo es gratis… si, es cierto que tus nombres y apellidos no estarán en el rincón cultural del periódico de turno sin ningún comentario por muy grande que se tu nombre y que hacen pensar en unas indecorosas visitas e interés :)… pero bueno, la red te ofrece alternativas mucho más sugerentes y que llegan a más publico y eso NO TIENE PRECIO… nos olvidamos que para la mayoría de los fotógrafos hace 20 años, sus fotos no las veía más que la familia en las reuniones festivas, esto les paso a muchos que luego fueron famosos 😀 y de pronto ahora que podemos hacer eso que tanto algunos parecían desear, poder mostrar su trabajo, ahora resulta que ya no basta… Ahora tienen que comprar mi libro aunque sean cien copias y las visitas a una de sus fotos sea de 2000 por poner un ejemplo… PARADOJAS DE LA VIDA… así pues.. ¿que queremos? Dinero? libros? rinconcitos en medios públicos que nadie lee para regocijo de nuestro ego? Más trabajar y menos guasa 😀
Hoy en día ya nadie nos tiene que decir que es o no interesante, que gusta y que no… ya nadie controla el medio.. uno puede visitar los perfiles en la red de fotógrafos «mediáticos» y compararlos con otros que son supuestos «desconocidos»… si.. es entonces cuando sale ese argumento, que es válido pero dependiendo de quien y como la diga: Falta cultura visual… ya…
Saludos.
Haber si me contaís las fotos de Flore Diamant del Primavera Sound porque mi cultura visual es muy escasa… Sí, lo sé el súmmum de los hipsters, ya lo dejan claro, ya. ..
!!! sigo sin ver nada interesante…. seguire buscando en mi locura.
He leído tarde tu artículo, pero me ha despertado muchas reflexiones. Ciertamente que hace falta cultura, y este artículo ya es un aporte en sí mismo. ¿La gente no gasta en fotografía? Efectivamente, el gran público gasta en cosas que le dan prestigio social y en entretenimiento: la fotografía parece no dar al «mainstream» ni una ni otra. La cámara quizá si (siempre da prestigio sacar la súper cámara a la calle y es entretenido pasear con ella), pero el consumo de la fotografía en sí (en cualquier soporte, ya sea foto-libro, una copia de colección, etc.) no produce esta clase de atracción.
Por otra parte estoy totalmente de acuerdo con lo pernicioso de las prácticas endogámicas. Los sistemas que no crecen y se enquistan en sí mismo se pudren: llámese genética o cultura, lo mismo da. Este fenómeno se da, por supuesto, también en Latinoamérica donde suelen armarse pequeños grupos de poder que son igualmente endogámicos. Es fundamental que se integren nuevas ideas, nuevas miradas, viento fresco.
Ahora bien, sobre el artículo en general y las reflexiones que suscita, recuerdo aquella historia de los dos vendedores de abrigos que son enviados al Polo Norte. Uno envía un «whatsapp» (antes eran telegramas, pero ¿quién se acuerda ya de eso?) diciendo «Estamos fritos, aquí nadie usa abrigo» mientras que el otro hace lo propio diciendo «¡Genial! Aquí nadie tiene abrigo, tenemos todo por hacer.»
De modo que en la promoción de la cultura fotográfica creo que pasa un poco lo mismo: Podemos ponernos del lado del realismo pesimista «aquí nadie consume fotografía» o de la postura del optimismo ingenuo «aquí todo el mundo podría consumir fotografía». Creo que lo que importa es lo que cada quien pueda aportar en el crecimiento de esta pasión, amor y cultura fotográfica.
Una cosa sí me queda clara: nunca he conocido a nadie que diga «Mira, es que a mí eso de la fotografía nada más no, me da un angustia cada que veo una…» Todo lo contrario. La fotografía está más viva que nunca en las redes sociales; se me replicará instantáneamente que está mas viva pero también que nunca se había hecho tanta foto y tan mala. Yo creo que la generación de fotografías (la creación), y la generación fotográfica como etapa sociocultural, está ahí.
Recuerdo un documental en el que William Klein pasa por Times Square y se maravilla con la cantidad de gente haciendo fotos decía algo así como «Qué maravilla, no tienen idea de lo que hacen y así sus fotos son frescas». Vale la pena reflexionar en estas palabras del Maestro (así, con mayúsculas) Klein.
A la gente le encanta hacer fotos, pero adora un lenguaje que no entiende. Siempre digo que es un poco como si fuéramos una raza de amantes de la caligrafía pero en un mar de analfabetismo. Eso mismo nos pasa con la imagen. ¿Qué hacer? Seguir trabajando, ser un poco optimistas ingenuos sin perder de vista que podemos darnos un porrazo, pero no dejarnos llevar por el pesimismo realista que inmoviliza. Así como la endogamia me parece perniciosa, también el estatismo: hay que moverse, hay que hacer, y que cada quien aporte lo que sepa, lo que pueda. Así se crean los movimientos.
Gracias por el artículo, me ha encantado y espero seguirte la pista.