No tengo química con la fotografía analógica

Parece que la fotografía analógica regresa con fuerza. Yo, como ya os he dicho alguna vez, no le veo sentido a eso de tirar el dinero tontamente, con lo bien que se ven las fotos en mi pantalla de ordenador de 24”, en mi TV led de 40”, en el ipad que me dejaron los Reyes o incluso en el marco digital que tengo en el aparador de entrada a casa.

Pero de nuevo el mismo amigo que me habló de la Escuela de Helsinki me dio otro toque de atención. “¡Qué no te enteras, Pepinos!”, díjome, para pasar después a advertirme de que las sales de plata están de moda otra vez y que cada vez son más los proyectos de autor que se vuelven a hacer en película.

Me propuse entonces aprender a revelar, positivar y todas esas cosas relacionadas con el rollo fílmico. Porque tenía muchas lagunas y falsas ideas acerca del proceso argénteo. Por ejemplo, de fijador pensaba que podía valer la laca Nelly diluída en agua. Después de investigar por internet y de leer un poco, me encaminé a una tienda de fotografía de mi localidad, que vamos a llamar ficticiamente Crimen, dispuesto a asesorarme.

– “Buenos días, señor. ¿Le puedo ayudar?”

– “Hola. Sí, señorita. Quería empezar a revelar fotos de una manera artesanal, como se hacía antes. Y venía a que me aconsejara cual es el mejor material para empezar.”

Emulsión, cianotipia, papel baritado, exposímetro, virado, proceso Van Dyke… Conforme iba diciéndole términos, el rostro de la muchacha iba poniéndose cada vez más rojo, como si le estuviera hablando en chino mandarín.

– “Espérese ahí un momento. Eso lo tiene que hablar usté con el encargao”, se excusó al tiempo que salía trastabillada en busca del experto.

No merece la pena reproducir la conversación que tuve con este hombre. Me dijo que lo que quería hacer era de locos. Me recomendó que me comprara una cámara digital y una buena tarjeta de memoria. O que actualizara mi reflex digital con un objetivo más luminoso. Que podía imprimir directamente las fotos de la tarjeta en las máquinas de la tienda, etc. En fin: tuve que ponerme serio. Viendo mi empeño, lo único que encontró para venderme fueron unos carretes Ilford (en blanco y negro otra marca no tenía), un manual sobre el sistema de zonas de Ansel Adams, un paquete de papel RC de la susodicha marca; y un tambor de revelado, cubetas y unas pinzas llenas de polvo que encontró en el almacén del establecimiento. Salí de Crimen (y castigo) jurando como Escarlata O´Hara que jamás volvería a.

Ni que decir tiene que cámaras de carrete no tenían en la tienda. Yo cuando me pongo, me pongo y quiero lo mejor. Para lograr unos cielos bíblicos al estilo de Salgado me propuse adquirir una Leica M. Además, el círculo rojo en el rollo argénteo produce en los analógicos el mismo efecto que el pero mordío en los digitales. Pasión y admiración zenith emdesmedida. Pero antes de pedir el préstamo correspondiente, decidí probarme para ver si esto era lo mío. Por ello le pedí prestada a mi tito una férrea réflex Zenith un poco desgastada, ya que había sido usada una vez a modo de martillo.

Asimismo tuve que adquirir una ampliadora de segunda mano en internet. Mientras llegaba me dediqué a “tirar” los carretes que tenía. Pero como tengo la costumbre de disparar a saco con la cámara digital (porque no cuesta nada), enseguida los acabé en un edificio en ruinas. Caí luego en la cuenta de que llevaba blanco y negro y que el color de los graffitis no iba a salir. ¡Cago en los tontos!

En la extracción del primer carrete casi me corto el dedo con las tijeras. Pero, salvo este accidente, lo gordo estaba por venir a la hora de positivar. Ya lo dijo Uelsmann: “El cuarto oscuro es un lugar de descubrimientos, observación y meditación…” Y no lo supe hasta que me metí dentro. Contactos, tiras de prueba, reservas, tiempos de exposición y revelado… Mira que hacía pruebas y pruebas, reservas y más reservas, pero no había manera de que aparecieran la magia esa y los cielos bíblicos. Las fotos salían de las cubetas más negras que un tizón o blancas como la nieve.

Empecé a desesperarme. Pensé que algo había mal en los químicos y decidí probar con no sé qué liquido que llevaba selenium. Y se ve que mezclé o yo qué sé: eso comenzó a desprender vapores tóxicos y empecé a marearme cada vez más. Con el atontamiento, y casi a oscuras con la débil luz roja, intenté salir de allí, palpando. Pero volqué una cubeta y resbalé con tanta mala pata que, buscando apoyo antes de caer al suelo, me tiré la ampliadora encima, quedando en el suelo, en postura fetal, empapado en líquidos pestosos y malferido. Salí de ese infierno como pude: cegarruto, a rastras y dándome topazos. Estoy vivo de milagro.

En fin. Que para el que lo quiera. ¡Mucha paciencia hay que tener con esto de las sales de plata! Con lo fácil que es disparar en digital y si una foto es regulera mejorarla con el fotochop.

Nada. Si quiero que una foto parezca de carrete y tenga un estilo vintage, le meto un plugin que la dejo niquelá. Y con el móvil, para eso tenemos el instagram. ¡Voy corriendo al banco a anular el préstamo! ¡De la que me he librado!

lmatiz

  1. Gracias, Bello pero triste a la vez.

  2. Ignacio

    Si fotografías como escribes, seguro que eres un excelente fotógrafo… incluso en digital!… 😉

  3. No te desenamores de la fotografía analógica tan pronto, con algo de paciencia se le coge mucho cariño. Encantado de haberme tropezado con tu blog, un saludo.

  4. Pingback: El fotocazador | Cienojetes

  5. Pingback: Ahora cualquiera hace fotos | Cienojetes

  6. Es verdad que hay que tener paciencia. Pero ahí está, en efecto, la magia de la fotografía analógica. En esa falta de inmediatez, en el disfrute del proceso…

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